San Miguel de Allende es un escenario donde los siglos dialogan con armonía. Fundada en el siglo XVI para proteger el Camino Real de Tierra Adentro —la legendaria Ruta de la Plata—, esta joya de El Bajío conserva una traza urbana virreinal que refleja orden, equilibrio y una profunda relación con el paisaje. Sus calles empedradas y fachadas ocres conservan el eco del barroco novohispano, un estilo que alcanzó aquí una de sus expresiones más refinadas gracias a la prosperidad minera y comercial de la región.
La Parroquia de San Miguel Arcángel, con su fachada neogótica de cantera rosa diseñada por Zeferino Gutiérrez, domina el horizonte con sus torres en forma de aguja y sus arcos apuntados, convirtiéndose en el emblema visual y espiritual de la ciudad. A su alrededor, templos como San Francisco, de ornamentación barroca tardía con una portada ricamente labrada, o Nuestra Señora de la Salud, con su cúpula octogonal y portada en cantera, muestran el virtuosismo artesanal de los maestros canteros locales. La Casa del Mayorazgo de la Canal, con su sobria fachada neoclásica y patios interiores de elegantes arcadas, representa la transición de estilos; mientras el Teatro Ángela Peralta y el Palacio Municipal narran el esplendor decimonónico que transformó la vida urbana.
A 14 kilómetros, el Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco es un universo pictórico y espiritual. Sus muros cubiertos por los murales de Antonio Martínez de Pocasangre componen una Biblia ilustrada donde la devoción se convierte en arte. Junto con San Miguel, este recinto es Patrimonio Mundial por la UNESCO, un reconocimiento al diálogo entre fe, arte y arquitectura que define la región.
Hoy, ese diálogo continúa en obras contemporáneas que reinterpretan la esencia local. El Hotel Albor, de PRODUCTORA + Esrawe Studio, emerge del terreno con un basamento pétreo que evoca las entrañas de la montaña. Quinta Amores, del Estudio IPA, celebra el encuentro entre hospitalidad, paisaje y memoria, mientras el Restaurante Adela, de Faci Leboreiro, rinde homenaje a la piedra regional y al arte con un vestíbulo dominado por un telar escultórico de Mariella Motilla y una jacaranda que se integra al interior como corazón vivo del espacio.
San Miguel de Allende es, así, una ciudad donde la herencia barroca y el
diseño contemporáneo se entrelazan en una misma narrativa: la de un lugar
que no solo preserva su historia, sino que la reinventa con cada amanecer
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