En el corazón del Valle de Guadalupe, región vitivinícola de Baja California, la arquitectura se ha convertido en parte esencial del paisaje enológico. Entre los proyectos que sobresalen como paradigmas de esta nueva etapa están, por un lado, la bodega BRUMA Vinícola del despacho TAC Taller de Arquitectura Contextual dirigido por Alejandro D’ Acosta, y el complejo vitivinícola diseñado por Garduño Arquitectos para la firma Monte Xanic.
BRUMA se proyecta como un objeto apenas perceptible en el valle: su estructura, hecha con madera reciclada y con acero, se mimetiza en el entorno natural. Un espejo de agua, sobre la cava subterránea, regula la temperatura sin agregar insumos mecánicos, mientras que un encino centenario se convierte en símbolo y soporte del edificio. Este enfoque de arquitectura que no invade, sino que convive con la viña, expresa una sensibilidad territorial y material única.
Por su parte, el proyecto de Garduño Arquitectos para Monte Xanic retoma estrategias de diseño bioclimático y materiales locales, generando un conjunto donde agua, montañas y cultura vitivinícola convergen para narrar el ciclo de la vid. La obra plantea un recorrido experiencial que trasciende la mera producción: el visitante se integra al proceso, y el edificio se integra al paisaje.
Otros ejemplos que evidencian una transformación en la arquitectura vitivinícola de Baja California, donde no solo se trata de bodegas de producción, sino de instalaciones que hablan del territorio, del clima, del origen y de la cultura del vino mexicano.
Encuentro Guadalupe, del despacho Graciastudio, cuenta con suites modulares de acero oxidado y concreto se suspenden sobre el terreno rocoso, un gesto mínimo que permite “ver sin tocar” el paisaje del valle.
Pero también está, Cuna de Tierra, de CCA, que traduce la tradición vitivinícola mexicana en una masa pétrea inspirada en los antiguos torreones agrícolas, mientras que el Viñedo DeCote, de Serrano Monjaraz Arquitectos, explora la geometría contemporánea con formas puras y un diálogo abierto entre interior y exterior.
En conjunto, estos viñedos se definen como una
corriente que privilegia la integración al territorio,
el uso de materiales locales y una poética de la
sustentabilidad. Más que bodegas, son manifiestos
de identidads donde la arquitectura fermenta junto
con la vida.
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