El día comienza en calma. La ciudad aún no despierta del todo, pero en casa, el aroma al café veracruzano recién hecho en Chemex y el crujir de un pan tostado con mantequilla y mermelada marcan el ritual matutino de la chef. Si decide salir, opta por algo más robusto: unos tacos de barbacoa norteña, su antojo infalible para desayunos de domingo.
Al salir, sus pasos la llevan hacia lo cotidiano, hacia el corazón de la ciudad. En Chapultepec —pero no el turístico de selfies, sino la segunda y tercera sección, menos transitada— se desconecta del ruido. Camina entre árboles, se pierde entre sombras y silencios, y deja que la ciudad respire lejos del caos.
Al mediodía, su ruta se vuelve más sabrosa. Su top tres de tacos y tortas en la CDMX es una declaración de barrio y sabor: Tacos Vista Hermosa, los Yeshua y los Especiales del Centro. Cada uno con su propia narrativa, con tortillas humeantes y salsas que despiertan memorias. Y justo allí, en el Centro, aprovecha para revivir la energía única de ese núcleo urbano que vibra distinto: es donde llevaría a cualquier amigo extranjero, junto con un paseo por Coyoacán y una visita obligada al Museo Nacional de Antropología.
Por la tarde, la parada para un buen café es en Buna o Jiribilla. Luego, quizás un dulce: el flan de Ricardo Verdejo, un helado clásico de Roxy o pan dulce de Rosetta, que para ella es casi una religión. Al caer la noche, el restaurante Charco se vuelve su destino predilecto, y el sando de tartare de res, su entrada elegida.
Si la ocasión lo pide, una copa. Puede ser un mezcal en Ticuchi, un coctel en Bar Mauro, o una tequilita en alguna cantina que aún resista con dignidad y carácter. La chef disfruta esos tragos como parte de una cultura líquida que también cuenta historias.
Entre mercados, el de Jamaica es su favorito: por los productos frescos, claro, pero también por las flores, las plantas, ese México de color que nunca falta. En cuanto a museos, el Tamayo se lleva su voto: contemporáneo, audaz, siempre provocador.
Para ella, la gastronomía mexicana es muchas
cosas: historia, cultura, tradición. Pero, por encima
de todo, es placer. Y cada paso de su día, desde el
café hasta el último sorbo de mezcal, lo confirma.
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